domingo, 9 de septiembre de 2012

Elogio de la vejez




A veces, recuerdo aquella escena de la película “Una historia verdadera” en la que el joven le

pregunta al viejo: ¿Qué es lo peor de hacerse viejo?; y éste le contesta: “Acordarte de las

estupideces que hacías cuando eras joven”.

Al hacerse viejo los deseos menguan, aquellos impulsos que te motivaban a comerte el mundo se

apaciguan; los sentidos se alejan de las cosas materiales. Y todo ello te da la oportunidad de vivir

más libre, de disfrutar del momento, de percibir el flujo del río, sin querer cambiarlo.

El anciano se halla más cerca de la muerte, la gran liberadora. Tiene menos que perder, porque la

vida que pueden arrebatarle es ya muy poca; y al mismo tiempo, sus pensamientos son más lentos,

pero más certeros. He ahí su poder. Así como el joven se vanagloria de sus músculos, el anciano

disfruta de la sabiduría de las múltiples frustraciones que le han llevado a retirar su ambición de las

cosas pueriles de este mundo, abriéndose a la posibilidad de abandonarlo, iniciando un viaje que al

principio le angustia, pero que sabe inevitable.

En la vejez se hallan el cielo y el infierno. El cielo porque uno ya no tiene a quien odiar, porque casi

todos a los que odiaba han muerto y con los que quedan ya ni recuerda porque odiarlos, por lo que

trata de hacer las paces. El infierno, en cambio, lo viven quienes se aferran al pasado, quienes son

incapaces de renunciar a sus identificaciones egoicas, de desprenderse de los apegos vanos.

Para el que ha sabido vivir, es la vejez un tiempo de cosecha de afectos y placeres, porque al no

tener la distracción de las ambiciones personales, se dispone del ejercicio de la atención en las cosas

pequeñas y se saborean caricias que antes nos pasaban desapercibidas: y porque al no tener nada

que pedir, le ofreces al otro la oportunidad de dar de corazón. Por eso, los niños que son sabios,

buscan con alegría la compañía de los abuelos. los abuelos.


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